San Antonio María Claret fue un arzobispo de Santiago de Cuba, confesor de la reina Isabel II, y fundador de la congregación de misioneros claretianos.
Antonio María Claret y Clará nació en la villa de Sallent de Llobregat, cercana a Barcelona, el 23 de diciembre de 1807. Nació en el seno de una familia obrera, profundamente religiosa, que se dedicaba a la industria textil. Su temprana infancia transcurrió en una época de muchos cambios y guerras en España, entre ellas la invasión francesa, la Guerra de Independencia, y encarnizadas guerras internas que afectaron gravemente a la Iglesia. Durante este tiempo, se separarían también los reinos de ultramar del Imperio Español, lo que causaría una fuerte impresión en la conciencia de la gente, así como en su sentido de unidad y de poder en el mapa internacional.
A ésto su sumó su situación familiar, su padre trabajaba hilando tejidos en la planta baja de la casa, mientras que su madre solía reposar debido a su débil salud, poniendo al pequeño Antonio en manos de una nodriza. Antonio era tan solo uno de los once hijos del matrimonio Claret y Clará, por lo que estuvo siempre rodeado por sus hermanos. En una ocasión, se decidió que no iría a casa de la nodriza, como era habitual, para así pasar más tiempo con su madre. Ese mismo día, la casa de la nodriza se hundió, muriendo todos los que se encontraban en ella. Para la familia Claret, ésto supuso una fuerte señal de la Providencia, que su hijo estaba destinado a algo importante.
Desde pequeño, asistía todos los días la ermita de la Virgen de Fusimaña para rezar el rosario junto a una de sus hermanas. Su devoción en la Eucaristía también llamaba fuertemente la atención de sus padres.
Cuando tenía doce años, comenzó a trabajar con su padre en la empresa familiar, encargándose de uno de los telares, el cual aprendió a utilizar con gran destreza. Tanta fue su habilidad, que su padre decidió enviarlo a Barcelona, donde estaba creciendo con gran auge la industria textil, para que se formara en la Escuela de Artes y Oficios de la Lonja, donde los jóvenes obreros se convertían en maestros de las nuevas herramientas industriales.
Al ver su increíble talento, un grupo de empresarios propusieron a Antonio Claret crear una nueva fábrica, la cual financiarían ellos por entero, pero él sería el encargado de realizar las obra manuales y formar a los nuevos obreros. La propuesta era muy atractiva, y sin duda significaría un aumento en la calidad de vida de su familia, así como nuevas posibilidades para el futuro. Para sorpresa de todos, Antonio rechazó la oferta, sin revelar los motivos de su decisión.
Después de varios pensamientos y experiencias que lo hicieron darle el verdadero valor a las cosas, Antonio decidió acercarse al oratorio de San Felipe Neri, donde tomó la decisión de hacerse monje cartujo, viviendo absolutamente alejado de los bienes de este mundo, dedicado tan solo al trabajo y la vida contemplativa. Habiéndoselo comunicado a su padre, la noticia llegó a oídos del obispo de Vic, Mons. Pablo de Jesús Corcuera y Caserta, quien se sorprendió al escuchar la historia del joven. Mons. Corcuera le recomendó entrar a su seminario para estudiar teología, tras lo cual podría entrar la Cartuja.
Haciendo caso al obispo, Antonio partió a Vic con veintiún años, dejando atrás la exitosa vida que se le auguraba. Todavía teniendo idea de ser cartujo, Antonio aceptó estudiar teología en el seminario, pero vivía en el Palacio Episcopal, ejerciendo de criado del mayordomo de palacio, Don Fortià Bres, para así pagar sus estudios. Distinguiéndose en su desempeño académico, así como en su vida de oración, al año de llegar a Vic, Antonio decide que es momento de partir, comenzando su vida como cartujo.
Sus compañeros se despiden de él con gran tristeza, incluso el mayordomo y el obispo, quienes tenían en gran consideración al joven. Una vez de camino a la Cartuja, una tormenta veraniega sin precedencia truncó los planes del joven, obligándolo a retornar a Vic, donde cayó enfermo, imposibilitándolo para partir nuevamente a la Cartuja. Antonio reflexionó sobre el modo que Dios había guiado su vida, y de las pequeñas cosas que al final eran las señales de Dios para mostrar su voluntad. Entonces, Antonio decidió no partir nuevamente a la Cartuja, pensando que era voluntad del Señor que se quedara en el seminario de Vic.
En el seminario de Vic, Antonio se encontraba muy contento, trabando amistad con un joven llamado Jaime Balmes, quien una vez siendo sacerdote, se transformaría en uno de los tratadistas más importantes del siglo XIX. Cuando llegó la hora de poder ser ordenado sacerdote, el obispo de Vic se encontraba gravemente enfermo, por lo que acudió al obispo de Solsona, Mons. Juan José de Tejada y Sáenz, quien le ordenaría el 21 de junio de 1835. Inmediatamente, sería trasladado a Sallent, su pueblo natal, para alegría de su familia y amigos.
Menos de dos semanas después de la ordenación, muere Mons. Corcuera, dejando vacante su diócesis durante los próximos doce años, en gran parte debido a la difícil situación que viviría la Iglesia durante aquellos años. El mismo año en que fue ordenado Antonio María Claret, comienzan algunos de los motines anticlericales más cruentos del siglo XIX, asesinando a alrededor de setenta frailes y ocho sacerdotes durante ese año en Aragón, igualando en números a los ocurridos en Madrid el año anterior.
Temerosos por la vida de sus sacerdotes, varios obispos recomiendan que los que puedan viajen a Roma mientras la situación se calma. Antonio decide quedarse en Sallent, poniendo en riesgo su vida, pero mientras la persecución religiosa se tornaba más y más cruenta, su propia familia le animaba a partir, aunque fuera por un tiempo. Para 1839, el gobierno liberal de José María Queipo de Llano, conde de Toreno, había decretado la clausura de todos los conventos, siguiéndole la expulsión de los jesuitas, así como de varios miembros del clero y la expropiación de todos los bienes de la Iglesia, a ésto se sumaba la agresión regular hacia los sacerdotes y religiosas, rompiéndose las relaciones entre España y Roma. La situación se tornó implacable, obligando al Padre Claret a dejar su parroquia, muy a su pesar, y cruzar los Pirineos para salvar su vida.
Una vez en Francia, consiguió un tren que iba de Marsella a Roma, a donde llegó algunos días más tarde. Una vez ahí, se puso al servicio de la Sagrada Congregación para la Propaganda de la Fe, por si encontraba en este destino la oportunidad de llevar la Palabra de Dios a los pueblos infieles, pero nunca fue convocado. Habiendo tomado contacto con unos sacerdotes jesuitas, se apuntó a unos ejercicios espirituales ignacianos, tras lo cual tomó la decisión de hacerse jesuita, ingresando en el noviciado a pesar de ya haber sido ordenado sacerdote.
Muy pronto, el P. Claret cayó nuevamente enfermo en cama, pero esta vez por un fuerte dolor en la pierna que le impedía levantarse ni cumplir con sus obligaciones en la Compañía. Habiendo sido visitado por el Superior General de la Compañía, el P. Jan Philipp Roothaan, el joven sacerdote se dio cuenta que su vocación no estaba en los jesuitas, y que a pesar de que llevaba buscando su camino toda la vida, quizás aún no lo había encontrado.
A pesar de la situación hostil que existía en España hacia el clero, el P. Claret, decide que no puede huir a su vocación, que es servir al pueblo español, aunque ésto le signifique la muerte, por lo que en el año de 1841, vuelve a Aragón, asentándose en Viladrau, un pequeño pueblo de Gerona. Una vez en España, recibe respuesta de la Congregación para la Propaganda de la Fe, quien le concede el cargo de Misionero Apostólico. Preguntándose como realizar esta labor en España, el joven sacerdote emprende camino por todas las diócesis y pueblos de Aragón, confesando y predicando en pequeñísimas capillas y parroquias, llevando la Palabra a la gente común, intentando enseñándoles el verdadero sentido cristiano de la vida.
Muchos de los que habían estado violentando al clero regresaron a la Iglesia por contacto con el P. Claret, quien se ganó una gran fama de confesor y director espiritual. En esta calidad, era invitado a predicar ejercicios espirituales al clero diocesano, así como a religiosas, entre ellas a las del monasterio de Carmelitas de la Caridad de Vic, quienes habían sufrido grandes pesares con la persecución. Entre las religiosas, había una que se distinguía en la piedad y en escuchar y poner en práctica los consejos espirituales del predicador, su nombre era Joaquina de Vedruna, quien sería canonizada por el Papa San Juan XXIII.
En 1848, la violencia anticlerical volvió a hacerse patente en Aragón, por lo que se le pidió al P. Claret que ya no anduviera por los pueblos y los caminos por su propia seguridad. Encerrado sin poder hacer nada, fue invitado por un sacerdote aragonés llamado Buenaventura Codina, a partir con él a las Islas Canarias, donde acaba de ser nombrado obispo. El P. Claret partió entonces con el nuevo obispo a Canarias, predicando por todas las islas, y congregando a una gran multitud en torno suyo para escucharle y pedir consejo de tan sabio sacerdote.
Fue entonces cuando el P. Claret recibió una revelación del Señor, entendiendo que no podía continuar con esa labor por sí solo, sino que debía de ganarse a otros sacerdotes para acompañarlo en su misión. Durante los siguientes meses, muchos de sus hermanos en el sacerdocio comenzaron a seguirlo, y en 1849, fundaron la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, conocida hoy en día como los misioneros claretianos.
El P. Claret estaba contentísimo con su nueva congregación, a la que inspiraba para ir predicar a todos aquellos que necesitaban el consuelo y la Palabra de Dios. Sin embargo, su fama como predicador y su efectividad en la conversión de las almas, especialmente aquellas que se habían alejado de la Fe, incluso sacerdotes y religiosas, le hicieron que fuera propuesto en numerosas ocasiones como obispo, lo que él rechazó una y otra vez. En el año de 1850, con 42 años de edad, se le comunicó su nombramiento como nuevo Arzobispo de Santiago de Cuba, donde se necesitaba un pastor que pusiera orden entre el clero, así como que inspirara a las almas a volver al Señor. El P. Claret no quería aceptar el cargo, pero presionado por los demás obispos y la necesidad que había en el gobierno de la Iglesia, finalmente aceptó y fue consagrado como tal en la catedral de Vic el 6 de octubre de 1850.
Para ese momento, la Iglesia gozaba de una relativa paz, ya que el gobierno del reino había sido tomado por una coalición más moderada presidida por el General Ramón María de Narváez y Campos, I duque de Valencia. Como apoyo a su misión en Cuba, el gobierno moderado le confiere al nuevo obispo la gran cruz de la Real Orden de Isabel la Católica.
Una vez en Cuba, se entregó en cuerpo y alma a su nueva labor, dedicándose especialmente a la protección de los esclavos y aquellos que sufrían una dura condición. Se enfrentó constantemente con los terratenientes, a los cuales recordaba con gran fervor el sentimiento cristiano que tenían que tener hacia quienes el Señor les encomendaba, incluso a veces con enjundia, condenando las acciones de aquellos que no tenían presentes estos sentimientos.
Visitó en cuatro ocasiones todos los pueblos de su diócesis, cosa que no se había visto en más de medio siglo. Su conocimiento profundo de la situación social que vivían los pueblos de Cuba, le hizo tomar cartas en el asunto, fundando numerosas cajas de ahorro para los trabajadores y esclavos, así como enfrentándose en cruentas luchas con algunos terratenientes que se oponían a su labor.
En una ocasión, un sicario atentó contra la vida del obispo, posiblemente pagado por uno de sus opositores a las reformas sociales que Monseñor Claret implantaba en la diócesis. El mismo obispo narraba el hecho con sus propias palabras: “Se acercó un hombre, como si me quisiera besar el anillo; pero al instante alargó el brazo, armado con una navaja de afeitar, y descargó el golpe con todas su fuerza. Pero yo llevaba la cabeza inclinada y con el pañuelo que tenía en la mano derecha me tapaba la boca, en lugar de cortarme el cuello, como intentaba, me rajó la cara, o mejilla izquierda, desde la frente a la oreja hasta la punta de la barba, y de escape me cogió el brazo derecho.”
A pesar del daño que aquellos poseídos por la codicia querían hacerle, Mons. Claret continuó con su labor, fundando una granja-escuela para los niños pobres, así como academias educativas para mejorar la situación de los más desfavorecidos.
En el año de 1857, recibe un despacho urgente del Capitán General de Cuba, Don José Gutiérrez de la Concha, I marqués de la Habana y vizconde de Cuba, en el que le transmite la convocatoria urgente que de él hace la reina Isabel II en la corte de Madrid. Sin saber más acerca de esta petición, el obispo se embarca de vuelta a la península, trasladándose con gran urgencia a la corte, donde recibe la noticia de que ha sido nombrado confesor de la reina.
El obispo no estaba contento con el nuevo nombramiento, creyendo que hacía mucho más bien en Cuba o con las misiones que en la corte, pero finalmente aceptó poniendo tres condiciones: no vivir en palacio; no ser implicado en política; y no guardar antesalas, con lo que conservaba su libertad de apostolado.
Sin embargo, la vida de la corte no llena el tiempo ni el espíritu del obispo, por lo que se dedica a predicar y confesar en numerosas iglesias de Madrid, así como a visitar a los enfermos y a los presos, y acude una vez por semana a confesar a la reina, a las infantas y al príncipe Alfonso (futuro Alfonso XII), de cuya instrucción cristiana se encarga personalmente. También acompaña a los reyes en todos sus viajes, para así aprovechar para predicar por toda España.
En su vida privada, vivía con gran sencillez y alejado de los fastos de la corte. Sin embargo, cuando la reina Isabel II fue destronada en 1868, su confesor fue desterrado junto con ella, muriendo en la abadía de Fontfroide, el 24 de octubre de 1870.
Conociendo su piadosa vida y su intensa labor apostólica, el 25 de febrero de 1934, Monseñor Antonio María Claret fue beatificado por Pío XI. El 7 de mayo de 1950, es canonizado por el Papa Pío XII. San Antonio María es patrono de los claretianos, y co-patrón de la diócesis de Canarias.
Fue uno de los obispos que participó en el Concilio Vaticano I
Gracias Juanjo por tu explicación,se te agradece.
Me parece muy interesante el articulo, me voy a dormir esta noche sabiendo una cosa nueva. Gracias Infovaticana ?
No se quien ha escrito eso, pero sabe muy poco de geografía.
Parece que confunde Aragón con Cataluña.
El padre Claret nació en Sallent, que está en Cataluña y no en Aragón, al igual que Viladrau, y predicó en Cataluña y no en Aragón. Y el obispo Codina era catalán y no aragonés.
Es la Corona de Aragón; entonces era habitual decirlo así
Llamar Aragón a Cataluña, vaya despropósito ¿intencionado?.
150 AÑOS DESPUÉS DE LA MUERTE
Sant’Antonio Maria Claret, un gigante por redescubrir
Místico y misionero español, fundador de los claretianos (muchos mártires), defendió los derechos y la doctrina de la Iglesia frente a las persecuciones liberal-masónicas, apoyando la necesidad de una buena prensa católica. El Señor, en 1861, señaló la descristianización y el comunismo como grandes males que hay que combatir (con tres devociones). Y Nuestra Señora le dijo que tenía que ser el “Domingo de estos tiempos en la propagación del Rosario”.
Ermes Dovico. La Nuova Bussola.
24/10/2015 www.infovaticana.com